Al borde del colapso, un martillo sería más útil en esos momentos cuando se para el tiempo y te quedas mirando al monitor con tu mejor cara de idiota. Las iras, ese sentimiento que te hace arder el alma, no se expresan como deberían y es ahí es cuando tus dedos maquillan las maldiciones y aprietan las tres teclitas mágicas, y ahí es cuando tienes la falsa solución de finalizar una tarea, cortar un proceso, simplemente para volver a empezarlo.
Y si no funciona, apague y reinicie, la mejor solución, para volver a dónde estabas…
Y el sistema funciona, para continuar en ese círculo vicioso que parece nunca va a terminar, el ciclo inicia de nuevo, te atrapa, te encierra, te aprisiona, sin que te des cuenta te roba el tiempo, sentado y completamente paralizado, has adquirido una sorprendente habilidad para echar raíces en tu silla, y lo mejor de todo es la grandiosa destreza física, esa velocidad impresionante para aplastar botones, el dedo índice de tu mano derecha es el puntual, el poderoso, ese que hace el clic en la rata y todo lo consigue, mas fácil imposible.
En la quietud sientes la grandiosa sensación de sentirte vivo, con tus ojos fijos sobre una caja de luces, que te conecta con esa realidad de un mundo ciego que te enseña cómo seguir sentado en tu altar, te hace perder el significado de lo que llamamos tiempo, sin embargo estamos cómodos en esa ilusión, en los grandiosos portales web que nos hacen cada vez mas inválidos.
Y cuando el cuerpo le gana a la mente, te ves obligado a levantarte, a cortar ese cable que ahora se vuelve invisible, pues en tu bolsillo ahora tienes una caja de luces más pequeña, donde tus dedos muestran en su totalidad tu completa habilidad, los milimétricos botones son ahora los dueños de tu expresión, sin ellos sería imposible conectarte con otras personas, con el mundo, tienes el poder en tus manos de que tus trescientos contactos se enteren que estas yendo al baño y finalmente acostarte a dormir. Las dos únicas acciones reales que has hecho en esas cinco horas que no las viste pasar.
Y el sistema funciona, para continuar ese círculo vicioso que parece nunca va a terminar, te encuentras ya en tu segundo altar, ese que no es tuyo, frente a otra caja de luces, completamente ajena, con la diferencia que esta te muestra lo que tienes que ver, te hace cumplir determinada cantidad de pasos, para que en el día a día cumplas un algoritmo mensual, que los afortunados lo cumplen con nueve horas diarias, con el único objetivo de que cada treinta días puedas sacar papeles especiales de esos grandiosos robots que los llamamos cajeros, generadores de esos papeles que serán el único sustento para que puedas sobrevivir, sin ellos no tienes techo, no tendrás comida, tampoco luz, ni agua, mucho menos diversión, y según pensamos, sin esos papeles no podríamos vivir. Pero nos queda la satisfacción de que con esos lindos papeles tendremos la posibilidad de conseguir nuevas cajas de luces, cada vez más hermosas, más delgadas, más brillantes, más grandes, grandiosas, serán ellas las que nos den alegría.
Y cuando al fin vuelves a tu verdadero altar, te sientes libre para volver a sentarte a admirar tu caja de luz, esa que te absorberá nuevamente para que te sientas vivo, en tu cárcel.
Pero a veces el sistema falla, y debes usar de nuevo las tres teclitas mágicas. Esas que te solucionan tus problemas. Y así vuelves a dormir.
Pero llega el día en el cual se corto el internet, te quedaste sin teléfono, la empresa eléctrica estallo, las cajas de luces ahora están negras, el cable con el mundo desaparece, tu vida ya no es vida, las teclas ya no sirven para nada, y llego el glorioso momento de volver a lo que piensas que es irrealidad, sin las herramientas que las usaste durante toda tu vida debes salir a la calle, a tratar de conectarte con personas, ya no con perfiles, tus dedos son inútiles, los robots que reparten dinero no sirven mas, y en medio de una jungla de cemento te ves perdido, tus ojos dejan de mirar y empiezan a ver. La máscara de tu personaje se cayó, te miras al espejo y ves otro rostro, el tuyo.
El tiempo transcurre lento, te das cuenta que el aire está contaminado, el agua esta mugrosa, el sonido te empieza a romper los oídos, y ahí es cuando quieres usar las tres teclitas mágicas, sientes la necesidad de volver a dónde estabas, pero no logras conseguirlo, el apague y reinicie ya no funciona, pues te encuentras en un punto donde nunca pensaste llegar, buscas tu mascara, desesperadamente tratas de arreglar ese cable que te conectaba con el mundo, con tu realidad, pero no lo logras y empiezas a correr, a ningún lugar.
Caos, tu tiempo se transforma anárquicamente en un nudo de pensamientos, tus ojos ya no miran lo que querías ver, ahora debes afrontar primitivamente el pasar de las personas y de los momentos, te sientes decepcionado, golpeado, lo que pensaste que era verdadero ahora el el moretón te enseña que no era más que una ilusión. Sin tu mascara tratas de encontrar un alivio con tu gente, sin embargo muchos te dan la espalda, presos de su ilusión te dejan perderte, y al final te encuentras solo.
Por primera vez descubres el significado de la palabra soledad, esa señora que antes te vendía alfajores en el kiosco, hoy es un monumento sin cara, tu capataz, te castiga, pero te enseña. A golpes empiezas a conocerte, vuelves a usar el espejo a ver si quedaba un rastro de lo que pensabas que era tu rostro, sin embargo sigues viendo a un yo completamente desconocido, que solo con el tiempo lograrías aprender a quererlo.
Y el tiempo paso, las personas se fueron, el camino te llevo a lugares que nunca pensaste conocer, sin cables ni caretas tratas de buscarle la vuelta, tu personaje se desvaneció y ahora eres persona, ya no miras mas el espejo, tus dedos se olvidaron ya de aplastar botones, la soledad se vuelve ya tu aliado, tu profesor, no te castiga mas, ahora valoras tu nuevo presente, sabes quien realmente eres, y empiezas a despreciar tus antiguas comodidades, y descubres lo que significa vivir. En tu brújula empieza a aparecer la marca del norte, y te das cuenta que lo que uno busca de una u otra forma es esa palabra felicidad, que no tiene forma ni precio, que hace sentir vivo, que te descubre y te desnuda, que te da fuerzas para dar pasos cada vez mas fuertes y seguros. Y asi vuelves a dormir.
Cuando caes en cuenta que todo era un sueño, volvió el internet, la luz, el teléfono, los cajeros, pero la mascara y el cable lo perdiste en realidad, vuelves a la caja de luz, a lo que ahora si puedes llamarlo irrealidad, a esa cárcel que tanto querías ahora realmente te castiga poco a poco, y para salir de ella te ves obligado a permanecer en ella, para buscar dentro de ella a esa palabra que encontraste en el camino, felicidad.
Ya no se que es sueño y que es realidad, lo único que estoy seguro es que la mascara me la saque, el cable lo destruí, y mi brújula marca un norte antes desconocido, al cual me dirijo con motivos para caminar.